Creación y mito en génesis

Muchos cristianos se escandalizan y no llegan a admitir que la historia de la Creación de nuestro canónico libro de Génesis está elaborada a partir de mitos populares del mundo antiguo sobre los orígenes del cosmos (principalmente de Mesopotamia y Egipto). Creen que este descubrimiento atenta contra la verdad de la Biblia y reaccionan negativamente ante él. Aun así la Creación en Génesis tiene cuantiosas e importantes diferencias que testimonian su inspiración divina, a pesar de estar escrito con el lenguaje del mito y con estructura poética que además es totalmente precientífica.1 El lector sensible a estas diferencias apreciará la originalidad de estos relatos canónicos sin considerarlos un mero plagio de mitos antiguos. De hecho, algunos autores apuestan por denominar nuestro relato sagrado como “antimito” dado que se opone revolucionariamente a las ideas –pudiéramos decir respetuosamente ingenuas- del politeísmo arcaico. Según los especialistas en Génesis, encontramos dos relatos distintos sobre la Creación procedentes de fuentes distintas (éstos son Gn 1,1- 2,4a; y el segundo 2,4b-25): el primero está relacionado posiblemente con la historia akadia del Enuma Elish y el segundo, el del Gan-Eden o huerta del Edén (dos palabras sumerias, que se refieren a la huerta donde habitará el ser humano en el plano escatológico). Ahora bien, el creyente no ha de alarmarse de que el relato inspirado esté basado en mitos del mundo antiguo pues, como expresaba el filósofo alemán Josef Pieper: (E)l creyente cristiano no tiene por “realidad histórica” ni el relato bíblico de la creación ni tampoco el relato sobre el paraíso, y sin embargo está persuadido de que en tales historias se dice algo intangiblemente verdadero.2 Esta afirmación del pensador alemán, respetuosa con la inspiración bíblica y a la vez que consecuente con el concepto de mito según la teología, es la mantenida por protestantes y católicos en todo el mundo (a excepción de ciertos sectores muy populares en el evangelicalismo conservador de influencia estadounidense). Generalmente los especialistas identifican y comparan el carácter mítico de Génesis 1-11 con las mitologías de algunas culturas cercanas a Israel. Por tanto, para comprender la Creación -tal como figura en Génesis- se debería al menos fijar la atención en obras como la Enuma Elish (relato babilónico de la creación ya antes mencionado), la Épica de Atrakasis (o Atrahasis) y los textos egipcios de la creación (uno de Menfis3 y otro de Hermópolis) y, sin embargo, tener a la vez la sensibilidad de percibir el propósito de Dios para hacer uso de mitos ya conocidos y transformar su sentido. Los autores del Comentario del Contexto Cultural de la Biblia- Antiguo Testamento dicen al respecto: «Debemos darnos cuenta sobre cuán a menudo Dios usaba lo que era familiar a su pueblo para edificar puentes hasta ellos».4 De hecho, en relación a la mitología en el cercano Oriente y su relación con el Antiguo Testamento, estos autores reconocen que, como la revelación divina implica una comunicación efectiva, Dios mismo usaría elementos conocidos y familiares para comunicarse con su pueblo, en este caso, los mitos.5 Un ejemplo ilustrativo lo encontramos en la serpiente del relato bíblico (Gn 3,1). En Oriente antiguo este reptil era considerado como prototipo de astucia y símbolo de sabiduría y poderes mágicos.6 Este recurso ha sido empleado en la epopeya de Gilgamesh y ha dado representación al dios sumerio Ningishzida7 y a la diosa egipcia Amenet. En este sentido el profesor Tellería comenta: (E)n muchas culturas antiguas la figura de la serpiente era un símbolo de astucia o de engaño; no son pocos los relatos míticos en los que las serpientes y los árboles juegan un papel importante. Sin duda alguna, el hagiógrafo debía conocer narraciones de este tenor a la hora de componer su relato inspirado, por eso, tomando una figura que formaba parte de su elenco cultural común, la introdujo en su composición dándole un sentido completamente nuevo y definitivo en la tradición bíblica8. En cuanto al hecho de que Dios creó al ser humano con arcilla, el profesor Ariel Álvarez dice que al igual que los babilonios explicaban cómo sus dioses habían amasado con barro a los hombres y los egipcios en las paredes de sus templos representaron a la divinidad formando al faraón con arcilla, el escritor sagrado contó el origen del hombre basándose en la misma creencia popular, aunque eso sí, con diferencias teológicas vitales.9 Para Álvarez, el relato de la creación del Génesis es meramente una parábola.10 En esta misma sintonía, el doctor en ciencias químicas y profesor de Ciencia y Fe en la Facultad de Teología SEUT, Pablo de Felipe, expresa que los relatos de los orígenes de Gn.1-2 son polémicos para su tiempo, pues suprimen la batalla del dios Marduk con Tiamat, y reduce a simples lámparas a los dioses lunares mesopotámicos (como Sin) y al dios de Egipto Ra, el poderoso dios sol, etc.11 Este autor considera que -aun basándose en los mitos de su tiempo- los relatos bíblicos deben considerarse por estos motivos como antimitos. Es decir, al penetrar la Revelación divina en el mito, su luz coloca cada cosa en su sitio, aunque no por ello, la forma narrativa mítica sea necesariamente cambiada.12 Como expresa Pablo R. Andiñach: «[El relato bíblico de la Creación] no está exento de alusiones a los mitos cosmogónicos mesopotámicos especialmente para establecer sus diferencias teológicas».13 G.J. Wenham lo enuncia de modo parecido: «A fin de apreciar la originalidad y el carácter único de Génesis, su relato de la creación ha de compararse con otros relatos antiguos sobre el mismo período, procedentes de Babilonia, Egipto y Canaán».